Secretos,
historias verdaderas o falsas, curiosidades de las joyas de Francia
No faltan los
misterios, los secretos, las leyendas y las preguntas al recorrer uno de los
lugares más bellos del planeta: el Valle del Loira. Y la primera de las
preguntas es ¿cuántos son?, la segunda ¿por qué aquí? La primera no tiene fácil
respuesta, la Association Châteaux de la Loire agrupa 83, los expertos
consideran 42, la Unesco calificó en el año 2000 como Patrimonio de la
Humanidad el sector entre Sully-sur-Loire y Chalonnes, que incluye no menos de
24 grandes châteaux, aunque también valoró su ecosistema, los castillos y los
históricos pueblos y ciudades como Tours, Blois, Amboise, Orleans... de la
zona. Algunos hablan de cientos de ellos, incluso pueden llegar al millar.
Muchos, pero nunca demasiados.
La segunda pregunta
tiene mejor respuesta. Aunque en estas tierras lucharon moros y cristianos en
la batalla de Poitiers, ingleses y franceses en la guerra de los Cien Años, no
se construyeron grandes fortificaciones o, en todo caso, duraron poco. Fue a
finales del siglo XV cuando la zona se pobló de un nuevo concepto de castillo,
el de reposo y distinción. Los reyes, y tras ellos la corte, abandonaron París
donde se sucedían incendios y epidemias y se instalaron a lo largo de este gran
río, el mayor de Francia, que facilitaba las comunicaciones y en cuyas orillas
podían encontrar bosques fértiles en caza, mejor clima y amplios espacios. El
precursor de la zona fue Carlos VIII que, tras guerrear en Italia, regresó
cargado de ideas arquitectónicas renacentistas y de artesanos para ponerlas en
práctica. Se metió en obras en su querido castillo de Amboise, donde había
nacido y donde murió a los 27 años.
Su ejemplo lo
siguieron Luis XII, el sucesor de Carlos VIII, que remodeló el castillo de
Blois, Francisco I que se hizo construir el de Chambord y embargó, por impago
de deudas, el de Chenonceau y convenció a Leonardo da Vinci para que se
instalara en Clos Lucé, una mansión conectada al castillo de Amboise mediante
un pasadizo subterráneo. Tras ellos, otros reyes y nobles también decidieron
trasladarse al Loira y crear el mayor conjunto de castillos del mundo. Hoy el
Valle del Loira es un destino imprescindible con una oferta turística
sostenible que no ha dejado de actualizarse con propuestas que incluyen rutas
en bicicleta o canoa, degustación de vinos, magnífica gastronomía, alojamientos
en hoteles trogloditas y con encanto, senderismo entre viñedos, paseos en
barca tradicional...
Los castillos del
Loira dan para mucho y hay mucha información sobre ellos, aquí nos hemos
centrado en aspectos no tan conocidos, leyendas y curiosidades de media docena
de ellos, tal vez los más destacados. Pero queda mucho por descubrir.
Intrigas
y venenos en el más bello castillo del Loira

La Botica de la Reina
en el castillo de Chenonceau,
única en los castillos del Loira, con un conjunto de vitrinas y boiseries procedentes
de un palacio florentino, y una colección de 500 frascos, balanzas, morteros y
recipientes de cerámica, que se remontan al siglo XIV, era el lugar secreto
donde la intrigante Catalina de Médicis, “la Reina Negra”, que fue reina de
Francia como esposa de Enrique de Valois, se reunía con el no menos misterioso
Nostradamus para preparar ungüentos, remedios y tal vez venenos como el que, al
parecer, mató dentro de unos guantes a su rival Juana de Albret, madre de
Enrique III de Navarra y que, curiosamente, tuvo un papel fundamental en el desarrollo
del euskera al ordenar la primera traducción de la Biblia a ese idioma; y
también, supuestamente, envenenó al hermano de su esposo, el delfín primogénito
del monarca francés, que le permitió subir al trono. No fue la única maldad de
esta reina, también tuvo, según se cree, un papel protagonista en la llamada “Noche
de San Bartolomé” que causó la muerte de unos 8.000 hugonotes (como se llamaba
en Francia a los calvinistas).
La presencia de
Catalina de Médicis, y también la de Katherine Briçonnet, que lo edificó en
1513, Diana de Poitiers que lo embelleció y Madame Dupin que lo salvó de los
rigores de la Revolución hace que Chenonceau sea conocido como el «Castillo de
las Damas», esta huella femenina omnipresente lo ha preservado de conflictos y guerras,
transformándolo desde siempre en un lugar de paz. Es, seguramente, el más bello
y más fotografiado de los cientos de edificaciones que bordean el Loira en sus
más de 1.000 kilómetros de recorrido, entre fortalezas, abadías, palacios
reales, castillos, y casas solariegas.
Su aspecto exterior
deslumbra entre otras cosas por el magnífico puente con la galería de dos
plantas encima que franquea el río Cher, afluente del Loira, y las sensuales
curvas de sus torrecillas. Bordearlo en bicicleta o atravesarlo en piragua son
dos formas singulares de disfrutarlo. Pero si su exterior asombra, es en el
interior donde se aprecia la gracia femenina que le imprimieron las “damas” a
las que conquistó. Esta obra maestra renacentista, ofrece colecciones de arte
de valor incalculable, estancias perfectamente conservadas que muestran la
fastuosidad de la época con la riqueza de su mobiliario y sus decoraciones. Las
salas están tan bien arregladas que, a veces, parece que el tiempo se hubiera
detenido. Allí habitan obras de Murillo, Tintoretto, Nicolás Poussin,
Correggio, Rubens, Primaticcio, Van Loo... y también una rarísima selección de
tapices de Flandes del siglo XVI. Las cocinas, instaladas en los pilares del
puente, presentan un gran realismo y casi se puede sentir el olor de las
marmitas inundándolo todo: el comedor, la carnicería, la despensa y la cocina.
La puesta en escena de cada una de estas estancias es uno de los puntos fuertes
de la visita. Todo en el castillo y sus espléndidos jardines cultiva el arte
del detalle y del refinamiento.
La
misteriosa escalera de Leonardo da Vinci en Chambord
Aunque el castillo
de Chambord es
el más grande y espectacular del Valle del Loira declarado Patrimonio de la
Humanidad en 1.981, con 426 habitaciones, 83 escaleras, 282 chimeneas y una
colección de 4.500 objetos de arte... y aunque el parque cerrado en que se
encuentra es el mayor de Europa con 5.440 hectáreas, equivalente a la
superficie de París central, con 32 kilómetros de muros y más de 20 kilómetros
de senderos que permiten perderse por estos bosques encantados, en el que
habitan más de ochocientos ciervos y mil quinientos jabalís, entre miles de
encinas y pinos, lo más visitado y admirado del castillo es una curiosa y
sencilla escalera de caracol que comunica la planta baja con las terrazas
superiores, pieza central de la torre del homenaje y, por tanto, del castillo,
que simboliza la renovación perpetua. Curiosa, sí; sencilla, no tanto, ya que
su peculiar diseño de doble hélice, atribuido a Leonardo da Vinci, permite que
las personas suban y bajen al mismo tiempo, viéndose, pero sin cruzarse. El “truco”
consiste en dos escaleras en espiral de casi 300 escalones en total, que se
entrelazan alrededor de un hueco central, pero sin llegar a cruzarse.
En realidad, es lo
más destacado del interior del castillo, inspirado en el Renacimiento italiano,
con molduras clásicas, pilastras con capiteles, lacerías y rosetones... además
de la omnipresente salamandra, emblema de Francisco I, que aparece más de 300
veces en las bóvedas esculpidas y las paredes, pero casi sin mobiliario y solo
con algunos cuadros y tapices, en buena parte debido a que fue devastado
durante la Revolución. También sorprende que este impresionante château,
se crease como pabellón de caza del presumido y extravagante Francisco I,
eterno rival de Enrique VIII de Inglaterra y Carlos I de España, que prefería
vivir en los más “modestos” castillos de Blois y de Amboise. Pero no todo fue
cazar, años más tarde, ya en tiempos de Luis XIV, que sentía pasión por la
comedia, mandó habilitar una zona para que hiciera las funciones de un pequeño
teatro. En dicha sala fue precisamente donde Molière estrenó algunas de sus
obras más importantes, como El burgués gentilhombre.
Otra utilidad menos
brillante pero mucho más destacada de Chambord fue el de almacén de las mejores
obras de arte del país, durante la Segunda Guerra Mundial. Al poco de iniciarse
el conflicto y mucho antes de que Hitler invadiera Francia, los principales
museos de París, ante la amenaza de bombardeos y pillajes alemanes, pusieron en
marcha un plan de evacuación y protección. Así, el 28 de agosto de 1939 y con
destino a Chambord, tuvo lugar el traslado de cuadros más grande de la
Historia. El castillo recibió 5.446 cajas con una parte de las colecciones del
Louvre, con la Gioconda a la cabeza, que seguidamente fue enviada a Louvigny en
Normandía. El castillo cerró sus puertas al público en cuanto se declaró la
guerra y se convirtió en un lugar de rescate, donde los conservadores y los
guardianes se aseguraron de proteger y cuidar las obras depositadas, para que
no fueran atacadas por la humedad o las polillas... ni por las codiciosas
garras de los nazis.
Castillo
de Amboise, lugar de descanso de Leonardo da Vinci ¿o no?
Como en el caso
anterior, lo más visitado en el castillo de Amboise -que
el amigo de Napoleón, Pierre-Roger Ducos que lo recibió como regalo, se
dedicó a demoler en sus tres cuartas partes, pero no logró quitarle su
espectacular perfil asomado al Loira, es la pequeña capilla de estilo gótico
flamíguero levantada en 1493 en honor de Saint-Hubert, patrón de los cazadores
y a unos pasos de la mole palaciega. Es muy bella y sus vidrieras proyectan un
juego de colores sobre el suelo. Y en ese suelo destaca una sencilla tumba con
un nombre grabado sobre la lápida de mármol: Leonardo da Vinci. Otra vez
aparece el genio italiano que parece haber dejado su huella en los castillos
del Loira, pese a que solo vivió aquí los últimos tres años de su vida.
Y aquí murió, en
realidad en el vecino y coqueto palacete de Clos Lucé que Francisco I cedió a
Leonardo para que trabajara y disfrutara lo que le quedaba de vida. Fue
enterrado en la abadía de Saint Florentin, un edificio románico del XI, que
estaba en lo que hoy son los cuidados jardines del castillo y que el mencionado
Ducos también se encargó de demoler, junto con ocho tumbas sin nombre que allí
estaban, entre ellas, al parecer, la de Leonardo. Se encontró un esqueleto que
algunos detalles indicaban que podía ser de Leonardo, un cráneo con ocho
dientes y algunos huesos que Napoleón III dio por válidos y fueron enterrados
en la capilla de Saint-Hubert que, por cierto, ahora no se puede visitar porque
está en obras y estará cerrada hasta mediados de 2024. Un chasco para los visitantes.
Pero eso sí, en el cercano Clos Lucé pueden visitarse los aposentos en los que
el maestro vivía cotidianamente con réplicas de los cuadros con los que viajó a
Francia, entre ellos la célebre Gioconda, y donde exhaló su último suspiro.
También se descubren sus inventos, cuyas reproducciones se exponen en los
jardines. Por otro lado, los talleres, recién renovados, recrean el ambiente de
trabajo del que Leonardo se impregnaba para fructificar sus ingeniosas
reflexiones.
Pero el castillo y
sus jardines, adornados con miles de bojes perfectamente podados y especies de
árboles notables, merece una detallada visita y también aquí hay una
curiosa escalera en espiral en la torre Heurtault y la des Minimes que
permitían a los caballos y a los carruajes llegar desde el nivel del Loira
hasta las terrazas del castillo. En uno de los salones se exhibe una copia del
pintor François Guillaume Ménageot que representa a Leonardo muriendo en brazos
de Francisco I cuyo original tuvo un éxito total en el Salón del Louvre.
Lástima que casi todo en él sea falso, porque aquel 2 de mayo de 1519 cuando
murió Leonardo, el rey estaba en otro castillo, Saint Germain en Laye,
festejando el nacimiento del segundo hijo que acababa de tener con su primera
esposa, la reina Claudia; tampoco su rostro era así entonces, ya que no tenía
barba, incluso el cuadro tiene un “fantasma”, una cabeza apenas insinuada entre
medias de dos personajes, fruto de una pintura rectificada por el autor. También
pueden visitarse algunos de los muchos laberintos secretos que revelan espacios
y pasadizos medievales. El acceso a algunos de ellos se hace mediante pequeñas
puertas. En el dintel de una de ellas y de forma distraída mientras iba a
presenciar un jeu de paume (antecedente del tenis) en la galería
Haquelebac, el rey Carlos VIII chocó violentamente y unas horas después murió
tras 15 años de reinado y con solo 27 años.
Pequeño
castillo de Valmer, donde beber buen vino y comer... flores
Entre los muchos
lugares curiosos del Valle del Loira el castillo de Valmer tiene
un espacio de honor, aunque llamarle castillo tal vez sea excesivo. Del
potente château renacentista que hubo en su día, solo queda un
pequeño pabellón, tras el incendio que lo devoró en 1948. Sin embargo, posee
unos viñedos, jardines y huertos muy destacables. De los primeros con 28
hectáreas, produce desde 1888, vinos diferentes en el AOC Vouvray, con método
tradicional, seco, semiseco y dulce y Touraine, rosé. Todos excelentes. Los
jardines en terrazas a ocho niveles siguen el modelo italiano y son un lugar de
relajo y arte vegetal y en piedra con varias esculturas y fuentes.
Pero lo más
destacable es su extenso huerto de una hectárea encerrado entre muros, situado
en la terraza más baja. Es un notable conservatorio de plantas vivas de
alrededor de 900 especies antiguas o extintas de frutas, verduras, plantas
y flores. La pérgola de las calabazas de 57 formas diferentes, es
particularmente espectacular. El dominio también conserva más de 3.500 tipos de
semillas. Entre sus muchas variedades locales destacan el melón y el cardo de
Touraine, que ahora son raras y especies con nombres inusuales como el frijol “ombligo
buena hermana” o tomates “galápagos”, endémicos en este país y que no se
encuentran en ningún otro lugar. Los frutos rojos y los viejos manzanos también
están presentes, así como los condimentos y las flores comestibles como la
borraja, la capuchina, el lirio de día, y las colecciones de salvia, menta...
Una original cata de flores “que ahora muchos grandes chefs incorporan a sus
platos” seguida de otra de vinos, es el complemento perfecto de la visita.
Chaumont-sur-Loire,
donde los caballos tienen más lujo que los príncipes
De nuevo Catalina de
Médici, con su astrólogo de cabecera Nostradamus, y su rival Diana de Poitiers,
amante del marido de Catalina, son protagonistas y sucesivas propietarias del
castillo de Chaumont-sur-Loire del
siglo XVI, uno de los más destacados del Valle del Loira, declarado
Patrimonio Mundial de la Unesco en la categoría de Paisajes Culturales. El
exterior recuerda un poco al de Blancanieves de Disney y el interior está
lujosamente decorado. Pero llama la atención las caballerizas que son las más
suntuosas y modernas de Europa, construidas en 1877 por el arquitecto
Paul-Ernest Sanson, a petición del príncipe de Broglie. El guadarnés contiene
suntuosas guarniciones realizadas en particular por la casa Hermès. Esta
sala, intacta desde finales del siglo XIX, así como la importante colección de
arneses de tiro, piezas metálicas y fustas que contiene, se considera
actualmente como uno de los más hermosos guadarneses de Europa.
También hay que
admirar el corazón del Parque Histórico, de estilo inglés que se extiende
por 21 hectáreas y que fue diseñado a partir de 1884 por el más insigne de los
arquitectos paisajísticos franceses del siglo XIX, Henri Duchêne, tal y como el
príncipe de Broglie lo había imaginado. Pero lo más destacable es el
Festival Internacional de Jardines, una cita internacional ineludible dedicada
a la creación, la imaginación, la poesía y la naturaleza. Reconocido desde 1992
tanto por profesionales como por aficionados del jardín, todos los años recibe
a paisajistas y diseñadores procedentes de todo el mundo. En 2023 está abierto
desde el 25 de abril al 5 de noviembre y las propuestas presentadas por grandes
arquitectos y paisajistas buscan soluciones ante el cambio climático y la degradación
del mundo vivo, nuevos factores a los que ahora se enfrentan las antiguas zonas
templadas del planeta planteando la necesidad de adaptarnos a un clima
cambiante, minimizando los efectos nocivos de las altas temperaturas,
replanteando los comportamientos, luchando contra las islas de calor y
utilizando soluciones nuevas o tradicionales ante la escasez de sombra y agua.
Tiempo
de buscar el gran tesoro del castillo de Sully-sur-Loire
Tal vez el visitante
de hoy al espectacular castillo de Sully-sur-Loire, tenga más suerte que la marquesa de
Bausset-Roquefort, última propietaria del castillo que, convencida de que en el
recinto se escondía un suculento tesoro, puso patas arriba todo el castillo y
mandó examinar todos y cada uno de sus muros, llegando incluso a recurrir a
buzos para que sondearan los fosos, así como a una radiestesista, un
magnetizador e incluso una vidente. Por supuesto, sin éxito, pero la leyenda
sigue allí y todavía hay quien mira entre las rendijas de los muros a ver si
hay algo que brille.
En todo caso la
visita a este castillo, el primero de la colección que jalona el Loira, rodeado
de fosos llenos de agua en la que se reflejan sus torres y fachadas y son
surcadas permanentemente por bellos cisnes, es muy interesante. En sus
estancias con enormes chimeneas, tapices, pinturas y muebles de la época, parecen
resonar los ecos de Juana de Arco que vino a entrevistarse con el rey Carlos
VII, pero la Doncella de Orleans, ciudad muy próxima, no estaba hecha para
la ociosidad por lo que decidió marcharse del castillo sin avisar al rey e ir a
echar a los ingleses de Francia. También por aquí estuvieron refugiados la
española Ana de Austria y si hijo Luis XIV y el cardenal Mazarino, durante la
Fronda de los Príncipes en marzo de 1652. Igualmente encontró asilo el
inquietante Voltaire después de que el rey, ofendido por sus versos, ordenara
su exilio. Dejó constancia de su paso por aquí en uno de sus irónicos versos: “Estoy
por orden del rey en el más amable de los castillos y en la mejor compañía del
mundo”.
Para mantener vivo el
ambiente, en primavera, el Castillo de Sully-sur-Loire se anima el primer fin
de semana de cada mes con originales actividades. Los sábados a las 14.00 h se
puede descubrir la gastronomía renacentista, un arte culinario y revolucionario
para la época que introdujo frutas y repostería en los banquetes reales. En
este taller, todo el mundo puede crear su propio plato de la época antes de
participar, al final del día, en la lectura de cuentos e historias del
Renacimiento. El domingo se organiza un desfile de disfraces desde la Edad
Media hasta el Renacimiento.
Más información:
https://www.valdeloire-france.com/
https://www.france.fr/es/valle-del-loira
https://www.centre-valdeloire.fr/
Texto:
Enrique Sancho
Fotos:
Carmen Cespedosa
Fernando
García Santamaría
TWITTER: @Fernipress
https://uve12.blogspot.com